La hecatombe
Es una gran mansión, pensó el pequeño
ratoncito al llegar al patio de esa gran casa. Su aspecto no pertenecía a la
arquitectura de la época, tenía por lo menos 100 años de antigüedad. “Está
habitada”, dijo el ratón al ver de la chimenea salir humo.
-Si está habitada, significa que hay comida -
y con un gesto de éxtasis se imaginó una gran cantidad de manjares-, pero en su
mente surgió la gran pregunta “¿cómo podré entrar?”. Era de sobra sabido que
los de su clase nunca habían sido bien recibidos en ningún hogar, tenían que
vivir en las sombras, ya que su sola presencia generaba en las mujeres terror,
y en los hombres deseos de aniquilarlos. Ya varios de sus familiares habían
muerto en la cruzada de buscar comida en grandes casas.
Por varios días había sobrevivido de las
sobras y de algunos frutos que había cerca de la casa, pero gran parte de su
tiempo lo tomaba para analizar y planear la forma de entrar a ella. Entre sus largas y extenuantes
vigilancias había notado que casi todas las ventanas eran abiertas en las
mañanas, y que por una de ellas salía un hombre sacudiendo cobijas y cortinas,
y de otra aparecía una mujer limpiando los enseres, ambos completamente
cubiertos de polvo. Cuando el sol iba
llegando a la parte más alta, salía humo de la chimenea y un delicioso aroma a estofado algunas veces,
y otras a especies. Cuando caía la tarde, en una de las ventanas, veía a esa misma
mujer de la mañana, practicando algún tipo de rito mágico con sus manos, ya que
después de un tiempo tenía grandes pedazos de tela, que el hombre se ponía de vez
en cuando, pero también notó otro comportamiento:cada 4 días el hombre salía, y
al cabo de unas horas regresaba con una bolsa llena de lo que parecía rollos de
lana.
Después de meditarlo, ingenió el plan para
entrar en la casa, se preparó físicamente, estiró sus patas, revisó el
perímetro, chequeó el movimiento del aire y el clima; sin dejar ningún detalle por
fuera de la ecuación. También decidió no comer nada en la mañana, ya que la
barriga llena lo hacía lento, lo volvía un objetivo vulnerable si el hombre lo
encontraba. Ya tendría suficiente tiempo para un manjar después de llegar al
gran cuarto del tesoro: la cocina.
Esperó pacientemente, petrificado en una sola
posición, para que cuando las ventanas fueran abiertas empezara su maratónica
campaña. Cuando el momento se dio, le ratoncito salió a correr hasta llegar a
la pared exterior de la casa, luego trepó por un catre, hasta llegar al borde
de la ventana. Ahí tuvo que esconderse, ya que la mujer salió con algo que
parecía una carpeta llena de un polvo blanco, que por un momento nubló la vista
del ratón, pero en breve, tanto la ceguera como la mujer desaparecieron.
Aprovechó para entrar, y por primera vez divisó el interior de la casa. Era lo
que los hombres llamaban una alcoba; sin pensarlo dos veces saltó al vacío y cayó
sobre una suave almohada, probablemente de plumas de ganso o de pato,
pensamiento que le produjo un escalofrió al imaginar el triste final de algunos
de estos animales. De repente escuchó los pasos del hombre y tuvo que encontrar
de nuevo un lugar donde esconderse, mientras pensaba lo irritante que era tener
que ocultarse siempre.
El hombre entró a la habitación y con un
vistazo rápido revisó la cama y la mesita de noche, se acercó a la ventana y la
cerró de un fuerte golpe. Finalmente se marchó de la habitación. Un pequeño
detalle que el ratón no esperaba y que
haría replantear su estrategia. De su frente salieron dos gotas de sudor,
producto de la preocupación de cómo iba a escapar ahora, más que del esfuerzo
que implicó entrar a la casa.
De momento decidió seguir con su misión:
llegar a la cocina. Finalmente emprendió de nuevo el rumbo; al salir de la
habitación se encontró con un gran corredor y
dos puertas, cruzó el codo del corredor y vio una habitación llena de lo
que parecía sánduches de papel, envueltos en telas y cartones viejos. Girando
su mirada encontró la sala, el comedor y una gran puerta de roble, pero no
había rastro ni del hombre, ni de la mujer y mucho menos de la cocina. Esto aumentó
más su preocupación. Por primera vez en el día se arrepintió de no haber comido
nada antes de entrar, así hubiera sido una simple semilla.
En la ventana ya se empezaba ver el último
rayo de luz y su barriga comenzaba a pedirle comida; su fuerza había decrecido
a un estado mínimo, el esfuerzo que le generó subir el catre sin alimento en su
barriga lo dejo débil, y los minutos del viejo reloj de la sala seguían
pasando.
En un estado de delirio, a un paso lento y tambaleándose
llegó a ese cuarto lleno de papel, y por un momento le pareció una idea
excelente probar esos sánduches de tan extraña forma, que estaban rellenitos de
papel. Así poco a poco fue recuperando algo de sus fuerzas. En ese momento el
hambre lo era todo, no le importó si lo encontraban producto de todo el ruido
que provocaba al dejar caer columnas de papel, pero sucedió algo; una pista que
dio al ratón esperanza de llegar a su verdadero objetivo. De la gran puerta de
roble se escucharon los pasos acelerados del hombre; el ratoncito simplemente se acercoó
para intentar escuchar lo que sucedía al otro lado de la puerta, y no fue mucho
lo que consiguió: unos pasos ,, un vaso cayendo y los murmullos del hombre
explicándole a la mujer algo respecto a la presencia de alguien más en la casa.
Por esa noche no sucedió nada más y el ratón buscó un sitio donde descansar.
Al otro día el aroma a comida lo despertó y
este aroma venía de atrás de la puerta, pero ésta era demasiado gruesa para roerla
y pasarla le tomaría semanas. Debía buscar otro método para acceder a la parte
frontal de la casa; por un momento pensó en esperar a que las personas que la
habitaban , fueran a limpiar las alcobas, pero pasaron los días y la sección de
la casa se iba llenando de más polvo; era obvio que los habitantes del lugar no
volverían a esa zona.
Después de casi tres semanas de intenso trabajo,
por fin vio los primeros frutos del esfuerzo; creó una forma para comunicar las
dos zonas de la casa, y lo mejor era que la cocina y todos sus manjares ahora
estaban a su alcance, siempre y cuando el hombre no lo descubriera y decidiera
aniquilarlo.
Esta zona, a diferencia de la sala y el
comedor, estaba limpia, tenía un gran corredor, a su derecha se encontraba el
baño, y a su izquierda la cocina; al frente
había dos puertas y en el fondo unos muebles y una gran puerta blanca.
Sin más preámbulos y siguiendo sus instintos
corrió hacia la cocina. Por un momento se sintió extasiado al ver la cantidad
de vegetales y panes de todo tipo, algo que parecía ser frutos secos, y una
pequeña ollita donde quedaban los rastros de un sabroso estofado. Se acercó y
la olió con tan mala suerte que la ollita cayó y el ruido resonó por toda la
cocina y parte del corredor.
Como un mal presagio, empezó a escuchar los
pasos de la pareja corriendo de un lado al otro, producto de esto buscó refugio,
pero a pesar de que por su mente pasaron las peores y más tristes escenas del
fin de su vida, ocurrió algo inesperado. La puerta principal, aquella puerta
blanca que estaba al fondo del corredor se abrió, y de un fuerte estallido se
cerró, indicado que la casa había quedado sola. Atónito y confundido salió de
su refugio, miró por un segundo la ollita que había caído, bajó de la repisa
donde se encontraba, se acercó, y con su patica tomó un poco de los restos de
comida que en la olla había, los llevo a su boca y de sus ojos brotó una luz
especial. Empezó a reír y a saltar; finalmente estaba solo.
-“Todo esto es mío ahora, esta casa y todo lo
que en su interior hay serán mis posesiones;
esta casa se conocerá como la embajada para todos los ratones del mundo”,
pensaba,- mientras su pecho se hinchaba, y la comida se salía de su boca.
Pensó en todos sus amigos y lo grande que
llegaría a ser su nombre; el único ratón
capaz de conquistar una casa sólo!, cuando recordó algo: -“¿y ahora cómo salgo
de aquí?”.